31/7/10

CRITICA DIARIO LA NACION

Historia mínima, como un beso

Sábado 31 de julio de 2010 | Publicado en edición impresa
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Voto de silencio. La historia de un beso, de Verónica McLoughlin. Con Germán de Silva y Julia Muzio. Vestuario: Guadalupe Cuevas. Escenografía: Gerardo Porión. Producción: Marlene Nördlinger. Dramaturgista: Mariana Gianella. Iluminación: Matías Iaccarino. Diseño sonoro y música original: Manuel Toyos. Dirección: McLoughlin. En Elkafka, Lambaré 866. Domingos, a las 18.30. Duración: 55 minutos.
Nuestra opinión: bueno

En Voto de silencio. La historia de un beso se cuenta una historia mínima . Radicalmente, y eso en sí mismo es toda una apuesta que hay que reconocer, todo está puesto en las situaciones, en los mínimos gestos de los personajes y en la intimidad de dos seres cuyo encuentro se despliega entre un austero cuarto pueblerino. En medio de ese entorno, de ese voto de silencio marcado por la religión y los tiempos de la siesta, la autora reconstruye la historia de un beso.

Algunos pocos datos (unas fotos, alguna acotación dicha casi al azar, un recuerdo apenas bosquejado) dan las pistas de la prehistoria de estos personajes. Dos sujetos que, a priori, poco tienen que ver. El es un tipo tosco, casi sin palabras, acostumbrado a los trabajos manuales. A ella la domina su timidez, su juventud y su delicadeza, de ese tipo de delicadeza moldeada en la espiritualidad de un claustro religioso. Sin embargo, se atraen, aunque no sepan cómo expresárselo ni sepan cómo actuar ese deseo silenciado, ese deseo casi prohibido. Por esas zonas difusas (y sumamente inquietantes) circula Voto de s ilencio. La historia de un beso, escrita y dirigida por la actriz Verónica McLoughlin que se presenta en Elkafka.

El montaje cuenta con la actuación de Germán de Silva y Julia Muzio, intérpretes que se arriesgan a nadar las aguas de las simples cosas y de los mundos interiores con suma convicción y riqueza expresiva. A lo sumo, en el caso de Julia Muzio, por momentos el estado de alegría contenida de su personaje la hace transitar por cierta exaltación un tanto exagerada tomando en cuenta los medios tonos por los cuales opta la dirección en concordancia con ese texto.

Algo de ese desfase sucede con la puesta. La acción transcurre en el cuarto al cual el personaje masculino entra y sale varias veces. Todo sucede en un reducido espacio escénico con el público ubicado a poca distancia. Claro que tantas entradas y salidas, con los lógicos ruidos que se producen fuera del escenario, terminan desconcentrando. Así es como el cuidado puesto en la mínima palabra, en el mínimo gesto y en los mínimos elementos escenográficos pierde ese delicado equilibrio.

Cuando la apuesta se concentra en sí misma, es cuando se expande, crece e ilumina distintas posibilidades expresivas. Como en la escena en la que ella duerme en la valija (la misma imagen de la foto que acompaña este comentario) que posee una contundencia visual propia de una enorme carga poética.

Alejandro Cruz


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